En este capítulo presentamos una galería de arquetipos de la pesadez. Su reunión ha sido posible gracias a sucesivas y pacientes encuestas, en las que fueron desplegadas todas las técnicas de exploración de la conciencia y de la subconsciencia humanas. Cada ejemplar de este Museo del Horror constituye un tipo puro, un animal de pedigree, un bicho de raza. La lista no es completa ni podrá serlo nunca, porque las formas de la pesadez son infinitas como las estrellas. Además, continuamente aparecen tipos nuevos, catapultados por la tecnología y la renovación de las ideas.
El lector podrá disponer de los paradigmas de este capítulo para confrontarlos libremente con situaciones cotidianas y con personas que conoce. Previamente, deberá superar la tentación de encontrar a estos ejemplares en estado químicamente puro. Como tales, no existen en la vida cotidiana. Sólo pululan en el mundo de las abstracciones, en las profundidades de la caverna de Platón. Por eso, la lista que proponemos seguidamente es solo de tipos puros o simples. Los que existen en la vida real son los tipos compuestos, resultado de cruces e hibridaciones. Reúnen rasgos que pertenecen a distintas variedades y, por eso, a menudo parecen verdaderos catálogos de las más odiosas formas de pesadez.
Tras estas aclaraciones, podemos leer la lista con las necesarias prevenciones metodológicas. Y ahora, alcemos el telón. Damas y caballeros, aplaudan a nuestras estrellas:
1. Ventosa o sanguijuela. Siglos de evolución y selección natural le dotaron de la habilidad de aferrarse, con la fuerza de un nudo marinero o de una soldadura autógena, a quien tiene poder económico o político. Su ecosistema favorito es el entorno de los capos. Es allí donde debe buscarse a este bicho tenaz, dotado por la naturaleza con las habilidades reunidas de la garrapata, la ladilla, la sanguijuela y la tenia saginata. Búsquese un capo y se verá a uno, rondando alrededor, con el aire de quien está cumpliendo una misión importante. Actúa exactamente igual que los peces que acompañan a los tiburones y los pájaros que se encuentran sobre los hipopótamos. El humorismo brasileño le consagró esta lapidaria expresión: papagaio do pirata, porque se comporta como el loro parlanchín que descansa sobre el hombro del marino. Ha desarrollado la capacidad del mimetismo, que le permite adaptarse a cualquier circunstancia cambiante. Por eso es que, según la época, suele verse al mismo loro sobre piratas distintos. La ciencia ha encontrado un único modo de combatirlo: la substitución del loro por otro loro.
2. Dactiloscópico. La generosa naturaleza le obsequió con un dedo índice, agudo como una daga, con el que se complace en clavar furiosamente a su interlocutor, para subrayar lo que le va diciendo. Su puntería es impresionante. Encuentra a ciegas el sitio más desguarnecido entre las costillas, los muslos o el bajo vientre. Tiene en eso la habilidad de D'Artagnan, de Enrique de Lagardére, del Corsario Negro. Si la guardia es muy cerrada, atacará fieramente la musculatura del brazo, más expuesta a sus certeras estocadas. En estos casos, ellas serán precedidas de fintas y rodeos. Luego de debilitar y desconcertar a la defensa, el índice se clavará, recto como una flecha, agudo como un estilete, en el sitio en el que producirá más devastadores efectos. Se ha probado desalentarlo, sin éxito, con trampas para ratones, pero los resultados no han sido brillantes. Casi siempre ha sabido eludirlas mediante sus dotes de esgrimista. De todos modos, las estadísticas ofrecen una esperanza de 25 por ciento.
3. El lince de la pelusa. Provisto de una vista de lince, se precipita desde lejos para sacarle a manotazos la minúscula pelusa que se había instalado sobre el hombro del saco de uno. O la corta hilacha que asoma de la bocamanga del pantalón o del sweter que acaba de comprar. El le despojará de estas molestias de un certero tirón, sin arredrarse ante la posibilidad de deshilacharle el pantalón hasta dejarlo en calzoncillos. O de despojarlo del abrigado sweter en un día de furioso frío invernal. Otra opción es la de apretarle el nudo de la corbata, con tal fuerza que uno sentirá que está siendo estrangulado. El autor siente particular repugnancia hacia el cazador de barritos. Desde cien metros de distancia, advierte, en un rostro ajeno, un leve promontorio que ofende su implacable concepto de la estética. Desde allí emprenderá una carrera y, cuando se encuentre a centímetros de su víctima, tritutará el barrito, sin previo aviso, con un diestro y certero golpe de uñas. En este caso, la causística ha mostrado mejores resultados en el empleo de trampas para ratones.
4. Obsesivo o monotemático1. Su pesadez tiene un único, fundamental e insustituible tema. Todo esfuerzo para apartarlo de él es absolutamente inútil. Volverá al asunto que le interesa, el único con relevancia moral, metafísica, política, astronómica, biológica, matemática y sociológica, en todo el universo. Generalmente se trata de algo que sólo es valioso para él y que sólo lo abandonará por muerte -suya o de su interlocutor-, agresión o fuga despavorida de quienes lo rodean. La variedad de los monotemas es incontable. Pueden consistir en fobias incontrolables contra la Iglesia, la privatización, la policía, el capitalismo, los masones, los anarquistas, los anticonceptivos y el rock and roll. O en amores delirantes a la filatelia, las bochas, la cetrería, los perros de raza o los gatos callejeros, el fútbol, la política interna de su partido, los automóviles o las riñas de gallos. Pruebe usted a apartar al obsesivo de su blanco, con un candoroso comentario sobre el estado del tiempo, luego de una hora de escuchar sus aburridas disquisiciones. Recibirá la misma mirada de horror y desprecio con la que un infiel sería recibido en La Meca, en la hora en la que el muecín llama a la oración. Los ejemplos abundan en la historia. El mejor de ellos es el de Catón, con su biliosa fobia contra Cartago. En la literatura hay centenares de paradigmas. Recordemos uno: el capitán Ahab, fanático perseguidor de la ballena Moby Dick, de la novela de Melville. Se intentado, sin éxito, reducir la intensidad de su pesadez mediante el empleo del psicoanálisis, electroshocks, cocteles de drogas y sesiones de hipnosis. Al final, al género humano no le quedan sino los métodos arcaicos de defensa: guillotina, fusilamientos, silla eléctrica y cámara de gas.
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