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DEL ROMANCERO ESPAÑOL AL COMPUESTO PARAGUAYO


No siempre se tiene un amigo que ya en vida sea una leyenda. Helio Vera fue eso: una leyenda en vida. Su nombre corría de boca en boca, de reunión en reunión, de redacción en redacción en medio de las anécdotas más vivas.

Y cuando él aparecía, el jolgorio subía de tono y la vida cobraba ese color tan especial que le suelen dar las personas tan especiales, como Helio.

Fuimos compañeros en el periodismo desde los años 70, y compartimos la redacción del viejo diario HOY, que fue quizá el diario más divertido del mundo pues en él convergían el talento periodístico más puro y la alegría más plena: con Néstor Romero Valdovinos, Fernando Cazenave, Julio del Puerto, Maneco Galeano, Chiqui Ávalos, Rovisa, Alberto Peralta, Christian Nielsen, Nicodemus Espinosa, Clotilde Cabral, Sonia Paredes, José Antonio Bianchi, y tantos queridos atorrantes con quienes vivíamos las delicias de la tarde en aquella sala de redacción donde el silencio estuvo siempre ausente, porque la vida estallaba permanentemente en risas y en conversaciones del vyrorei más sabiondo. Ahí estábamos poetas y suicidas, como diría el tango.

Poco a poco fui conociendo al Helio que se hallaba detrás de ese tipo dicharachero, de ironía sutil e inteligente. Descubrí al hombre sabio pero tímido. Temeroso de dar a conocer ese cúmulo de conocimientos puros que tenía dentro. De ese curioso que se internaba a conocer cosas por el puro deleite de conocerlas.

Y aprendí a entender por qué usaba el humor en sus textos y en sus conversaciones. El humor le servía a él para expresar las cosas serias que quería decir sin que la gente percibiera en él ninguna forma de la soberbia que suelen esgrimir quienes quieren demostrar su sabiduría. Helio no necesitaba demostrar su sabiduría, porque todo él era sabiduría.

Y esa sabiduría, Helio la bebía generalmente de las personas sencillas con quienes se sentaba a hablar por hablar, de aquellas a quienes encontraba en sus escapes al Paraguay más profundo posible, adonde iba en búsqueda de hechos, de casos, de historias agrestes pero profundas.

El humor era para él un instrumento de comunicación, pues no llegaba nunca al sarcasmo hiriente. Él era incapaz de herir a nadie, aunque algunas veces me confesaba: “ainupase amóape”, cuando aparecía algún ajuragalleta que se quería pavonear de sabio gua’u entre los perros.

Helio no soportaba la pedantería, y a los pedantes y mediocres jactanciosos los incluía en esa fauna que él calificaba de “chanterío espantoso”.

Helio era un tímido y un sentimental. Pésimo cantante de boleros, guardaba sus penas en letras y poemas de enorme emoción. Lastimosamente no llegó a publicar sus pocos, pero intensos poemas.

Helio utilizaba el humor también para exorcizar las tremendas penas que sufrió en vida. Quizá sus obras de mayor contenido humorísticos las escribió mientras más sufría.

Por todo ello me duele cuando veo en algunos textos o escucho a algunas personas del ambiente literario que Helio Vera fue un humorista. No. Jamás. No lo era. Aunque él amaba el humor, hacía humor de gran calidad intelectual. Pero no utilizaba el humor por el humor, sino como un instrumento sublime de comunicación.

Helio Vera fue uno de los cinco mejores escritores del Paraguay. Incluyendo en la lista a Roa Bastos, pueden ustedes elegir a los otros tres.

Disfruté y aprendí con Helio vivaz, pleno de prosaica existencia en nuestras correrías, y disfruté y aprendí con el Helio Vera leyenda en vida. Una leyenda que nos sigue sobrevolando con su sonrisa de mediolado e instándonos a huir del chanterío espantoso.

Un día me hizo una confesión que me congeló. La guardé durante mucho tiempo, hasta que un día revisando mi página en Facebook se me vino súbitamente a la mente y hablé de esa confesión en un posteo en el marco de una circunstancia muy especial. He aquí ese texto de mi Facebook.



Helio Vera, un médium mbarete porâ

Días atrás noté que había decenas de personas que me solicitaban “amistad” en el Facebook. Pero tenía cerrado mi límite. Sentí curiosidad por saber de quiénes venían las solicitudes. Miré sus muros y encontré gente interesante. Gente sencilla y joven. Decidí revisar la lista de mis amigos virtuales para ver si hallaba algún lugar. Hallé nombres que nunca vi y cuentas que a todas luces no estaban funcionando, o algunas corporaciones que ni sé cómo acepté. Fui dando bajas. Haciendo lugar.

De pronto me di cuenta de algo que me dejó helado. En mi lista de Facebook comenzaron a aparecer mis amigos ya muertos. Y me brotó la duda emotiva: ¿les doy de baja para aceptar a los vivos? Aproveché que nadie me podía ver, que estaba solo en mi escritorio, y lloré por ellos. En silencio. Y les fui dando de baja. De mi muro. Porque de mi memoria no se irán jamás. Y en un momento me saltó un recuerdo que siempre retorna a mí de manera recurrente.

Una tarde, en la cafetería de El Lector, Helio Vera y yo armábamos una colección de libros. Clásicos de la literatura universal. Tomábamos apuntes de títulos y autores. Súbitamente escuché un silencio. Giré hacia el rostro de Helio y lo noté mirándome fijamente. Nunca lo había visto con esa mirada. Yo presumo de haberlo conocido muy bien, de saber cuándo hablaba en serio y cuándo le ponía la justa carga de ironía a sus expresiones. Ahí me lanzó: “¿Sabés que yo soy un médium mbarete porâ?”.

Sorbió su tereré y sobre la bombilla agregó: “Yo tengo algunas cualidades especiales. En serio te hablo”. Yo sabía que hablaba en serio. Cuando él era serio, era serio. Me callé y amplié el silencio. ¿Qué podía yo decirle? No quería romper el sortilegio que se había instalado en la atmósfera. Duró segundos, apenas. Luego, continuamos el trabajo.

Unido a la emoción del “desalojo” de mis muertos queridos de mi muro, apareció aquella confesión de Helio. En su tiempo, Facebook no estaba aún muy difundido (nació en el 2004). Hoy aquella mirada cargada de enigmas y esas palabras surtidas de misterio me ponen ante este deseo tan hondo: ojalá viviera Helio, y fuera el gran médium que un día me confesó ser.

Presidiría una mesa circular, a cuyo alrededor nos tomaríamos de las manos para llamar al infinito y para armar la magna tertulia de reaparecidos, como en una plataforma Zoom de la eternidad.

El médium Vera convocaría a los ausentes. Los llamaría por su nombre y a algunos por su marcante, como le gustaba hacer. E irían apareciendo uno tras otro los de la tropa fantástica. Alguno me echaría en cara el haberlo eliminado de mi Facebook, y el jolgorio iría subiendo hasta volverse atronador.

Y una vez aparecidos todos los compañeros muertos con Helio a la cabeza, nos sentaríamos a beber la vida. Nos quedaríamos en casa para siempre, juntos, abrazados, jubilosos; chispeantes de vino y de historias; sin temor a nada. Vencedores de la muerte.

Helio Vera, nunca dudé de que fueras un médium mbarete porâ. Aquella mirada de quien confiesa un secreto que nunca confesó me une perpetuamente a vos. Saludos eternos a los muchachos. Deciles que los extraño en mi Facebook. Sé que el júbilo está allá, arriba contigo a la cabeza.