La capa es colorada y latiguean sobre la tela leves estrellas amarillas y una creciente luna. Envuelta en rojo camina, derecha y muda, Mercedes barquinero. Alta la caperuza, como bonete de inquisidor o toca de bruja. Bajo la máscara, la mirada febril, llameantes los ojos azules. Blanca la piel y suaves los gestos. El andar pausado, como de tigre viejo, de perezosas cadencias. Seda y sombra en los presentidos recodos, fragantes y tibios bajo la indumentaria.
El ardid es simple y osado. La arriesgada engañifa fue elaborada, con laboriosa pericia, por la comadre Catalina. Confidente y alcahueta, diestra en brebajes para el ojeo; de buscados pronósticos sibilinos con la artera baraja española. Antigua sapiencia en menesteres de hechicería, maleficios de bruja, copiosa farmacopea de yuyos y talismanes. Diligencia ratonil al servicio del que pague mejor.
Hubo que es esperar, con agotadora paciencia, esta ocasión irrenunciable: la fiesta del kambá ra´angá, el homenaje al día de la inmaculada, celebración popular de obligado disfraz y trajinada bulla. En el valle del Kuruñai, mosaicos de traicioneros esterales, bruscos caseríos y lentas llanuras ganaderas, el aniversario ocupa toda una jornada. Esta vez, la parte profana tendrá su centro en la estancia Mitá pora del poderoso don Tomás Orrego. Es él quien correrá con todos los gastos y hará méritos ante la Patrona de la comarca.
Todo está dispuesto por el momento elegido.
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