La última partida de truco del karai Helio Vera
Por Antonio Carmona
Se ha muerto Helio Vera, mucho antes de tiempo, y a todos los que lo conocimos bien nos parece increíble y paradójico.
Sus personajes viven y hasta hacen alarde de vivir desafiando cada día a la muerte, a pesar de que sabemos que nos está acechando, en el medio de la avenida o, ãgante, tape po`ípe.
Helio pintó ese mundo de vivos en contacto con la muerte en uno de sus relatos, "Póra". Un tal Santos Corvalán, un karai, al estilo de los guapos de Borges, con tres aguai en su cuenta, es el protagonista. El narrador nos cuenta que se trata de una vieja historia repetida en la historia de la literatura desde sus albores, hasta la versión que él recoge en el Guairá.
Es la historia de un valiente que desafía a la noche, adentrándose solo en una picada poblada de historias tenebrosas, que le han contado previamente, antes de que emprenda viaje. Avanza en su montado, amedrentados ambos a medida que la noche y la selva se cierran sobre ellos, pero sabe que no puede recular. Se encuentra con una hermosa mujer, desamparada y frágil, a la que sube a la grupa del caballo, como en los cuentos fatales que le han contado antes de partir. El desenlace es inevitable: "Están en el claro del monte bañado por una lechosa claridad lunar. Él descabalga precipitadamente y la invita a imitarlo. Al descender, a su vez, ella se arroja literalmente a sus brazos".
El narrador nos cuenta que es ocioso reproducir lo que sigue. La escena del rito del amor.
No es inútil, sin embargo, contar que la mujer lo mira después desde el lecho de hojas secas, "blando y acogedor como un lecho de plumas", y se presenta: es una póra, es la muerte, "tu destino es acabar aquí mismo. Y no hay nada que puedas hacer para impedirlo".
Después viene el miedo, el espanto y, cómo no, el revés del naipe, ser fiel a sí mismo, el culto al valor. Acepta el reto, recupera el talante y le propone a la póra-muerte aprovechar la ocasión y hacer de nuevo el amor, antes del último suspiro.
La variación paraguaya, la versión de Helio Vera, difiere de las de final tradicional, como el patético encuentro de Durero, jugando la vida frente a la muerte en una partida de ajedrez, o la procesión fúnebre de Bergman; al descubrir que es la muerte y que es el fin, en vez de morir de pavor o de volverse loco, como el mismo relato nos anticipa que es la norma, se calma ante el destino inevitable, se envalentona y cacarea.
No es casualidad que este cuento esté en el primer libro de cuentos de Helio (Angola y otros cuentos, Aravera, 1984) y que lo incluyera de vuelta en el último (Trofeos de la guerra y otros cuentos picarescos, Servilibro, 2005), dos décadas después.
"Es de notar que, en nuestro país, el espíritu festivo del pueblo le dio una conclusión menos truculenta" -explica en su prólogo, en el que fundamenta el espíritu picaresco que refleja toda su obra y que refleja su percepción de la "paraguayidad"- y, añadiría yo, nada truculenta, sino esperpéntica, tragicómica.
El pícaro, en general, pese a su variedad de caracteres, desde El Lazarillo hasta El Buscón, coincide en un rasgo, inevitable para la sobrevivencia: al mal tiempo, buena cara; los pícaros no lloran, aunque tiemblen y teman, aunque pasen hambre, aunque se encuentren ante la misma muerte. Están acostumbrados a vivir con el temor, con el hambre, con la muerte.
Y aclara Helio, en lo que me parece hoy su testamento literario, que le hubiera gustado escribir en su último libro de cuentos, el último primero, la tradicional fórmula: "Cualquier semejanza con la realidad o con personas reales es mera coincidencia; pero -añade- sería una gruesa mentira. En estos cuentos, la fórmula es la excepción y no la regla".
Es cierto, sus crónicas y artículos periodísticos estaban cargados de ficción; sus ficciones, cargadas de crónica. A su gusto y entender. Como se dice en buen paraguayo, todo narrador anda por su cabeza, oiko iñakãre. "El resto son pavadas".
Por eso, aunque cueste, no hay que ponerse a llorar, aunque la muerte de Helio valga un
millón de lágrimas, aunque hayamos perdido al principal investigador de la "paraguayología".
Hay que imaginarlo como a Santos Corvalán. Jugándose, después del espanto, a la última ficción. Conociendo las artes de Helio, sin duda, desafiando a la muerte a una partida de truco, con un guiño hacia lo alto, por si existiera el aliado eterno, convencido de que, aunque se pierda, la partida hay que jugarla y disfrutarla hasta el final.
Tenía la alegría de vivir, pero en su literatura campea la muerte como un personaje de la vida.
Correo Semanal de Última Hora- 29 de Marzo de 2008
|