HELIO VERA
“CHAU, GUA`I”
Por Chiqui Ávalos
Che, Gua`i, te invito a una cerveza. Total tenemos tiempo. Nos queda toda la misma eternidad. Vení a sentarte aquí bajo la luna, esa misma que vimos nacer y morir juntos tantas veces mientras enhebrábamos nuestras historias, tantas anécdotas, reales o no ¡qué importaba! Aquí, en esta misma mesa donde a la noche alumbrábamos sueños que sabíamos iban a morirse con el amanecer, o quedarían sepultados por otros al día siguiente.
Pero, hoy es distinto Gua´i . Hoy quiero contarte algunas cosas. Acordarme por ejemplo, de aquel pasillo del ABC en el 67 cuando nos conocimos, y coincidíamos en comentarios sobre política, la última novela de Cortázar, el hombre que estaba por llegar a la luna, la minifalda de la nueva secretaria o simplemente sobre la eternidad del cangrejo, como titulaste tu último libro.
Y ¿te acordás qué compañías? Desde Daddy Thompson, pasando por Roque Vallejos, el “cuervo” Rojas, René Dávalos, Adolfo Ferreiro, Alcibiades González Delvalle, Francisco Pérez Maricevich y cuántos otros que se fueron de mis pobres recuerdos o de la misma vida.
Conocí a toda tu familia. A tu padre Marciano, cuando yo frecuentaba Villarrica. Gran contador de historias y lector impenitente, ya que te puso el nombre de Rudyard en homenaje a su admirado Kipling. Y por supuesto, a tu madre, “Lika” en cuyos gestos, en cuya dulzura, en su mirada tierna y cariñosa muchas veces identifiqué la imagen de mi madre que me había dejado tempranamente. Las imaginé emparentadas por la semejante generosidad y una natural habilidad para la gastronomía, que en esa época era más simple, de estofados rotundos, de salsas espesas y colesterosas; pero estábamos tan lejos de esos temores, parapetados tras una juventud irresponsable.
También me hice amigo de Jazmín, que aunque menor, formaba parte de un delicioso grupo que estudiaba en Asunción y, aunque a varias no las veo desde hace años –sólo esporádicamente puedo hablar con alguna de ellas- ya no se podrán borrar jamás de mi memoria.
Y, por supuesto, años después vino mi afectuosa relación con la adorable Maluli, amiga, confidente, compañera de varias redacciones, y hasta hoy siamesa de cariños inacabados.
Pero dale Gua´i, hoy es una noche para descorchar recuerdos. ¿Cómo olvidar aquellos años en LA TRIBUNA? ¡Qué equipo! Fernando Cazenave, Néstor Romero Valdovinos, José Antonio Bianchi, José Luis Appleyard, Reinaldo Montefilpo Carvallo, Juanita Carracella, Lily Seiferheld, Maneco Galeano, Cristian Nielsen, y dos inseparables atorrantes como nosotros que esperábamos las cinco de la tarde para escaparnos a merendar mientras un desesperado Jefe de Redacción, al borde de un ataque de nervios, enviaba a un chasque a buscarnos en todos los bares de la zona para que termináramos nuestras crónicas.
Después vinieron tus éxitos con los libros, los premios, pero jamás cambiaste. Alguna vez, Augusto Roa Bastos –irresponsablemente- le dijo en una entrevista a Benjamín Fernández Bogado, que dos podrían ser sus sucesores: Helio Vera y Chiqui Ávalos.
¡Por favor! Nunca conocí a nadie tan dedicado a corregir sus textos como vos, con la precisión de un orfebre suizo, o la paciencia de un burilador de cada palabra, como si fuera un diamante sudafricano. Jamás podría haber llegado a tu delicada altura de escritor con mi manera urgente de ser.
Hubo una época en la que hacía cuentos, ahora hago cuentas, te decía siempre para que estallaras en una carcajada inconfundible, rotunda.
Después nos seguimos viendo siempre. Cualquier pretexto servía para compartir un almuerzo, una cena, o simplemente un trago, matizado con las anécdotas e historias que alguna vez habrá que recoger en un libro para que no desaparezcan con nuestras ausencias.
Compartimos la amistad con otro talentoso irreverente de la palabra, ROVISA. Maledicente, fabulador incansable, cultivador no sólo del humor corrosivo sino de la fina ironía capaz de aplastar oponentes con la sabiduría del polemista. Un tiempo, trabajamos (¿?) en su medio LA CORBATA, que era más que un semanario, un argumento para despuntar el vicio de redactar alguna maldad elegante en algún lado para reunirnos y perder el tiempo deliciosamente.
Por todo eso, guaireño, no fui a tu entierro. Preferí conservarte así como estás ahora, vivo en mi memoria, compartiendo la cerveza de siempre, aquí bajo los árboles.
Confieso que voy a extrañar tu humor, tus salidas, tus llamados telefónicos, esa afición por la armónica que terminaste trasmitiéndole últimamente a mi hijo Gugu, recomendándole marcas, tipos y hasta sitios de la web en donde bajar música.
Hasta pronto, hermano.
PD: Cuando lo veas a ROVISA con quien te reunirás en breve para seguir conspirando, guárdenme un lugar a su lado en la tercera nube a la derecha y recuerden –hasta que llegue- que no se habla mal de los ausentes.
REVISTA “ZETA”
Abril del 2008
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