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La escritura crítica perdió a su máximo exponente        

Por José Vicente Peiró

“Ha declinado mi fe en las personas, en las ideas y en las cosas. Veo cada vez más lejana la Tierra-sin-Mal que afanosamente buscaban nuestros antepasados indígenas”. Estas palabras de Helio Vera en la bienvenida de su página web (www.heliovera.com) parecen indicar un estado de ánimo próximo a un momento de escepticismo ante unos ideales perdidos. Y cuando se pierden los deseos y el ardor por vivir, uno se acomoda lánguidamente a la espera del final, el que finalmente y de forma trágica ha acabado con la vitalidad de la mejor pluma paraguaya de estas últimas dos décadas, tanto en el ámbito literario como periodístico.

Estas palabras han completado la coherencia de su pensamiento, a pesar de que él manifestara vivir dentro de un caos conceptual, de una vida, la de Helio Vera, dedicada a la comprensión de la realidad tanto nacional como universal. Y es que, como dijo ese gran escritor luso que era Miguel Torga, lo universal es “lo nacional sin muros a su alrededor”. Helio sabía contar con que el paraguayo tenía un hueso más que el resto de la humanidad, y eso le hacía diferente, pero en el fondo padecía los mismos pecados capitales que todo el mundo. Pero ese hueso de más explica que el hombre heredero de los guaraníes “no habla recio y no mira de frente cuando está ante otra persona”. El mismo Helio, en una comida, me comentó que en realidad, el hueso de más se encontraba en el cerebro y eso le hacía caer en el “kaigue”, que no era un defecto sino una virtud si se mira de forma positiva. Lo curioso es que ese libro donde analizaba el carácter nacional partiendo de la anécdota del hueso, En busca del hueso perdido, nos permitió conocer más a fondo a los paraguayos a quienes tuvimos la fortuna de gozar del libro. Digo quienes tuvimos la fortuna porque ahora la tienen todos aquellos que puedan consultar la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, aunque sinceramente yo les recomiendo que adquieran la última edición de Servilibro. Es un ensayo ejemplar, sobre todo por su humor cáustico, provisto de un ingenio sin igual, sólo alcanzado por quien es verdaderamente genial. Helio era deslumbrante, no por pedante, sino porque nos hacía comprensible el pensamiento intelectual gracias a su humor y a su capacidad para la sorpresa. 

Helio no dejó de publicar más y más libros y artículos donde nos hacía reflexionar sobre la estupidez humana. Entre ellos, Antiplomo (Manual de lucha contra los pesados) es un prodigio de ingenio. Es una “declaración de guerra civil” contra esas personas que nos agobian. Y cuando uno lee la obra descubre que el mundo es bueno a pesar de todo. No existía en Helio lo que se llama en castellano vulgar “mala sombra”, sino una sutil ironía que era en realidad un método para entender la realidad; un método semejante a los silogismos de los filósofos o las elucubraciones kantianas pero más asimilable por el entendimiento medio y más atractivo para la inteligencia superior, aunque el humor esté mal visto por quienes carecen de él y sólo piensan en clave de drama. Así se demuestra en otras obras, como la recopilación de artículos Plagueos, ensayos y otros divagues (2005), cuyo comienzo es una declaración de principios propios: “No hay en este libro nada que se parezca a una vertebración teórica, un orden de conceptos o una intención estética”. Y es que Helio, como buen paraguayo, se preocupaba por ordenar su caos conceptual y encontrar una razón estética a su prosa, hasta que descubría que lo suyo no era el orden o la belleza, sino la revelación de los arcanos de las profundidades de lo cotidiano o del ser aparentemente simple, sin peripecias de vana intelectualidad. Sin embargo, esos ensayos sobre lo cotidiano estaban repletos de un ejercicio de cultura tremendo: se apreciaba que Helio Vera era una persona de muchas lecturas y muy sumergido en la comprensión de otras realmente difíciles para la mayoría. Eso nos permitía hallar en su prosa un contacto con la sátira y la crítica de la realidad sin que sus “divagues” hirieran a nadie en particular pero provocaran la reflexión general. 

Recuerdo esa maravillosa Carta política de la República del Paraguay, escrito por Lomborio I, el Breve, donde glosaba de forma paródica la constitución paraguaya. En realidad la sátira alcanza a toda la legislación y sus ridiculeces. Sus paradojas eran magistrales. Recuerdo una donde se decía que para que los industriales pudieran competir en el mercado regional ampliado, y competir a la vez con el comercio ilegal, el Estado iba a ayudarles a ser comerciantes. Así era Helio: no contaba chistes ni hacía gracias: sorprendía continuamente señalando la contradicción como método de funcionamiento del universo, sobre todo del político, blanco predilecto de su causticidad ferozmente fina. No tengo el gusto de haber conocido El cangrejo inmortal, aunque seguramente habré leído los artículos que lo componen en la prensa puesto que los he buscado siempre en las ediciones de Internet. Sus análisis periodísticos no han cambiado el Paraguay, pero sí al menos han impedido que vaya a peor. 

Sin embargo, también existía un Helio Vera literario tremendamente potente. Su primer libro de cuentos Angola, cuya primera edición es de 1984, fue realmente explotado hasta la saciedad por quienes buscábamos los aires más frescos en la literatura paraguaya que no se conocía fuera de las fronteras del país. El mismo profesor Hugo Rodríguez Alcalá hablaba de que “La consigna” era un cuento digno de pertenecer al mejor Borges. Pero era de un paraguayo desconocido en el extranjero llamado Helio Vera. Era un libro que escondía dos grandes joyas: “Angola” y “Kamba ra’anga”. Con ambos relatos se le daba la puntilla en la nuca completamente al regionalismo del cuento paraguayo más tradicional y se mostraba una sociedad, la paraguaya, de costumbres más complejas que las habitualmente reconocidas por el mestizaje hispano-guaraní. Al mejor estilo de Guimaraes Rosa, Helio trascendía el regionalismo y lo convertía en ficción pura. El desdoblamiento de la voz de “Angola” poseía una naturalidad propia del creador de ficción más penetrante, a la vez que subrayaba el drama del negro en Paraguay; negro que se rebelaba contra el orden establecido en esa dionisíaca mascarada carnavalesca que consumaba la posesión de la mujer blanca en “Kamba ra’anga”. La penetración sexual colectiva a la mujer del patrón era un acto de venganza del hombre del pueblo, del sometimiento colectivo, y en esa captación del sentimiento popular estuvo atento Helio, como ocurría en otros relatos, como “Regino”, esa recreación de la historia del Robin Hood popular Regino Vega, evocación del gaucho Santos Vega del argentino Rafael Obligado, o en la visita a la memoria histórica en “Destinadas” o al relato popular fantástico en “Póra”. Era un Helio Vera genial, cautivador y sagaz fabulador. 

Tardó mucho en volver a publicar. Siempre nos hablaba de que estaba escribiendo una novela histórica. Nunca nos dijo de qué iba tratar esa novela histórica, pero era algo fácil de adivinar tras la aparición de su segundo libro de relatos: La paciencia de Celestino Leiva. En él predominaba el relato histórico. Creemos que Helio en realidad estaba escribiendo la historia del Paraguay siguiendo los dictados de la memoria popular paraguaya, pero se encontró con nuevos discursos sobre los karios, mitos enraizados en el pensamiento como la tierra sin mal, o el asesinato del efímero presidente Gill, o ideas como que el estrafalario Celestino Leiva a quien se creía invulnerable a las balas. En el cuento que da título al libro arremetía contra uno de los males de la novela histórica actual: la ucronía. Y es que, como bien dice Helio, “la historia se compone de hechos, no de no-hechos; de sucesos, no de in-sucesos”, por lo que es inocuo interrogarse sobre el destino del mundo si los mongoles hubiesen conquistado Europa, o si América hubiera sido colonizada por los chinos en lugar de por los españoles. Quizá, sin embargo, sorprende en este libro que Helio incluya un relato localizado en un universo lejano, el oriental, que probablemente sólo conoció en los libros, “La estrella de Nizam”, con el gran Sultán como protagonista. Pero no altera su estilo grácil de prosa directa y sin alambiques superfluos: aún lo entronca con el relato más grácil y la fábula más abierta. 

En 2005, Helio reunió sus cuentos publicados e inéditos sobre temas aparentemente bélicos, hasta formar el libro Trofeos de la guerra y otros cuentos picarescos. En realidad, jugando con su ironía, la guerra era un conflicto de picardía. “Trofeos de la guerra” no era un relato bélico sino una comedia aderezada de erotismo, puesto que los trofeos eran vellos púbicos de las conquistas del protagonista. Y así eran todos los relatos: simplemente divertidos y donde la guerra no se hallaba por ninguna parte. Pero la diversión no está reñida con la reflexión y así lo demuestra en ese relato sobre la ira incluido en la obra colectiva de siete cuentos titulada Pecados capitales (2006), donde de nuevo hallamos al narrador con la voz desdoblada, como si la conciencia del protagonista Miranda Catorce, conocido así por ser acusado de catorce homicidios, se hubiera escindido. Ese cuento ponía el colofón a uno de los mejores libros paraguayos de los últimos años. 

Precisamente, el obsequio de ese libro fue mi última relación con él. Su dedicatoria inolvidable: “Al amigo José Vicente, con el abrazo de siempre: Helius”. Su voz estará siempre ahí, y en mi caso dentro de mí. Sus letras me acompañaban en mis retornos de Paraguay. Creo que Helio ha sido el autor que más he leído en los aeropuertos, lo cual es signo de que su filosofía personal y su visión del mundo eran asequibles a todo entendimiento humano, dado que no hay mejor sitio que un aeropuerto o una estación de tren para valorar la calidad de un libro darse cuenta de que un libro es bueno (yo obligaría a los críticos a leer todos los libros en un tren o en un avión). Tantas sobremesas compartidas, la última en el San Roque en abril de 2006, con Julio César Frutos de anfitrión, y una cena dos días antes degustando un gran asado en casa de nuestro amigo Luis Hernáez. Recuerdo que lo descubrí en 1994 gracias a la antología de cuentos paraguayos de Guido Rodríguez Alcalá, y personalmente cuando compartí por primera vez una conversación a raíz de un encuentro con Mempo Giardinelli en 1995: resulta que era simpático, afable, era como escribía: grácil. Lo recuerdo en su despacho del diario Noticias, en aquella avenida perdida llamada Brasilia, con una vista espantosa hacia las vías del ferrocarril, y con su mate inseparable mientras trabajaba frente a la computadora. En su casa de la calle Pizarro, donde hay una biblioteca que espero que sus herederos sepan administrar y dar a buen recaudo por nuestro bien. Tantos recuerdos juntos, en su auto, en varias cervecerías del centro de Asunción, en casa de Renée Ferrer: en todas partes menos en España, adonde fue siempre remiso en venir, quizá porque su tierra lo tenía muy atado y allí estaba bien: y al fin y al cabo el hombre no se tiene que mover si en un sitio está bien. 

Descansa en paz, amigo Helio, y que el suelo paraguayo te siga protegiendo. Espero que no me esperes para almorzar contigo en muchos años, porque aún me queda mucho que comentar sobre tu obra. Te lo dice quien gozó de tu buena compañía y quien puso algunas palabras de análisis de tus obras. Te lo dice quien siempre fue tu amigo y lo será. Espérame tomando mate junto y preparando un asado: pero tranquilo y asa bien la carne porque me gusta muy hecha. Se despide de ti, Helius, tu amigo de siempre.
 Suplemento Cultural. Abc Color. Abril de 2008