Un apasionado del periodismo
Por Antonio V. Pecci.
Al evocarlo al desaparecido colega es imposible no caer en la repetición de anécdotas o, lo que es peor, en el lugar común. Lo recuerdo en 1979 participando de la asamblea fundacional del Sindicato de Periodistas del Paraguay que surgía como genuino representante del gremio, frente a otros similares deteriorados en su credibilidad por las genuflexiones ante el dictador. Eran años en que el miedo campeaba. El transcurso del debate era atentamente seguido por una cáfila de pyragues que grababan y controlaban el acto. Más de cien colegas de diarios, semanarios, radios y televisión participábamos activamente de la asamblea que aprobó los estatutos y eligió la primera directiva que sería presidida por Alcibiades González Delvalle.
Helio era ya un periodista con cierta trayectoria. Yo había leído artículos suyos y conocía de su labor al frente de la jefatura de Prensa de Radio Primero de Marzo, en un equipo que integraban Getulio Arrúa Vinader, Carlos Penayo, Mario Rubén Álvarez, entre otros.
Ya en los ochenta lo encontraría en la Redacción del diario Hoy, compartiendo oficina con Néstor Romero Valdovinos, escribiendo editoriales y artículos. Las veces que iba a dicho medio, solíamos tomar un café y charlar; eran momentos de disfrute por sus salidas jocosas, sus comentarios cáusticos sobre "la perrada" e invariablemente sobre literatura y mujeres. De esos años recuerdo que participando de un acto en el Centro Cultural Juan de Salazar, me comentó las veces que había recibido llamadas de presión y censura de parte de Aníbal Fernández, por entonces Subsecretario de Informaciones de la Presidencia de la República, ordenándole que no tocara ciertos temas en sus escritos. Y, peor aún, que en ocasiones lo citaba a su despacho, ubicado en el Palacio presidencial, lo hacía esperar horas hasta que aparecía un funcionario para decirle que el subsecretario no iba a recibirlo y que se retirara. Era la táctica de "la amansadora" que este funesto personaje se permitía aplicar a numerosos colegas.
Sin embargo, nada de eso opacaría su humor vital ni empañaría su visión sobre los acontecimientos de la realidad.
Pasaría de un diario a otro, colaborando en revistas y semanarios, a lo largo de estas cuatro décadas, puliendo el estilo, ampliando el vocabulario y, sobre todo, explorando a fondo el lenguaje periodístico. Fue editorialista, articulista, redactor de noticieros, director de diario, columnista y, en los últimos años, conferencista, docente, prologuista y presentador de libros.
Helio Vera utilizó la pluma como un bisturí para poner al desnudo las lacras de la vida social, en artículos que rezumaban humor, síntesis y conocimientos enciclopédicos.
EL COLUMNISTA Y SUS FANS
Es sabido que en 1984 lanzaría su primer libro, Angola y otros cuentos, con buena receptividad de público y crítica. Luego de cinco años de silencio llegaría al campo del ensayo con una obra que sobrepasó todas las expectativas suyas y de sus editores: En busca del hueso perdido. Tratado de paraguayología, con cerca de doce ediciones. Solo o en compañía de coautores llegaría a publicar, en un lapso de veintitrés años, alrededor de doce títulos, entre cuentos, ensayos, diccionarios satíricos, obras de derecho y volúmenes, en que se reúnen sus artículos periodísticos. Tenía inéditos El país de la sopa dura, ensayo, a modo de segunda parte de En busca..., y una novela para presentarla a un concurso. Lo que indica que se había decidido a dar el salto al complejo plano de la novelística.
Frecuentó diversos géneros en este oficio, pero fue sin duda el de columnista el que le granjeó mayores satisfacciones, pues llegó a tener casi un club de fans de lectores que lo seguían en su periplo por diversos diarios. Había llevado este género a un nivel de virtuosismo, donde podía permitirse jugar con hechos y personajes reales, generalmente figuras políticas, en situaciones que rayaban lo absurdo, en una talentosa combinación de literatura y periodismo, con una prosa rica y original. En la línea de grandes columnistas como Augusto Roa Bastos, Isaac Kostianovsky, Fernando Cazenave, Néstor Romero Valdovinos, José-Luis Appleyard, Mauricio Schvartzman, Ana Iris Chaves, José María Rivarola Matto, Josefina Plá, por citar sólo algunos nombres notables en la prensa.
Los artículos de Helio, amenos y agradables de leer, parecían de fácil escritura, como si las palabras, las frases, las metáforas, acudieran obedientes a su llamado. Pero no era así, como él mismo lo confiesa en El cangrejo inmortal. En la redacción de un periódico, evoca, la hora de cierre "tiene la solemnidad del lúgubre toque de difuntos". Para agregar: "Es la hora en que el jefe de Redacción se pone a rugir, exigiendo a los periodistas la inmediata entrega de originales (...). Pasan los minutos y el columnista se estruja el cerebro, fatiga la mente y busca algún motivo de inspiración". Toma un café tras otro, habla con colegas, revisa otros periódicos, hace una consulta por teléfono. "Las neuronas siguen allí, adormecidas. El agujero en la página sigue intacto; pero ya comienza a titilar, como la estrella roja del amanecer; ya se estremece como un volcán a punto de vomitar ríos de lava candente". Hasta que encuentra el tema y se lanza como en un tobogán a terminar el artículo, para luego exhalar un suspiro de satisfacción y una media sonrisa.
Debido a sus tareas profesionales como abogado, en los últimos años había obtenido una cierta estabilidad económica que le permitía una vida más desahogada; sin embargo, nunca dejó de escribir sus columnas. Sin duda, era un apasionado del periodismo, como lo evidencian Plagueos, ensayos y otros divagues, Voces del Olimpo, El cangrejo inmortal y La hondita impaciente. Textos que pronto se convertirán en objeto de culto por la belleza de su prosa y el genuino humor.
Correo Semanal. Última Hora. 5 de Abril de 2008
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