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Helio Vera

Por Osvaldo Zayas

Conocí a Helio Vera en la adolescencia. Le pedía a mi padre que compre el Diario Noticias porque allí encontraba las columnas más divertidas de los domingos. En especial me gustaban las de él y de Guido Rodríguez Alcalá.

Cuando llegué a la Facultad de Filosofía, el primer docente con el que me topé fue con Helio. Nos dijo que si pensábamos que esa casa de estudios iba a convertirnos en buenos periodistas solo por egresar de ella estábamos muy equivocados. “No les va a dar nada”, aseguró.

Entraba al salón de clases sin nada en la mano. Se sentaba en la mesa, balanceaba las piernas y nos miraba. A veces tardaba mucho en hablar. El desarrollo de su cátedra no fue más allá de la enseñanza del copete, pero las conversaciones en el pasillo y en el aula eran un deleite.

Ya como periodista en este medio, mi segundo comentario fue en respuesta a una posición suya, expresada en el Diario ABC Color, ante una resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía.

Nunca negué mi admiración hacia su técnica narrativa y su solvencia intelectual, ni oculté mis cuestionamientos hacia sus posiciones –u omisiones- políticas o ideológicas. Particularmente defino a Vera como el intelectual que tiró la toalla. Harto de los absurdos de esta sociedad, se dedicó solamente a observarla y escribir. De allí su afición por la paraguayología y el estudio de la cultura nacional. Las últimas líneas de la presentación de su página web son la confirmación de esta afirmación y una bienvenida a su obra: “Quienes ingresen a esta página podrán asomarse a mi propio caos conceptual, y quizá compartir las conjeturas, las dudas y las sospechas que habitan estos textos dispersos. Y quizá ensayar un diálogo sobre lo que desesperamos, ese sentimiento que comienza a crecer cuando se agota la esperanza”.

En agosto de 2006 lo entrevisté por última vez. Sentado en su oficina, en el edificio de la Fiscalía, en un momento le manifesté indignado que, con una excavación, estuvieron a punto de destruir un patrimonio histórico en el Parque Caballero. Se recostó, me miró impasible y dijo: “A vos te sorprende que hagan eso” y me nombró ocho o nueve joyas históricas que fueron destruidas sin que nadie haya pestañeado. “Ya te digo:  no venden los huesos del Mariscal López porque no hay quien compre nomás”, agregó.

El legado del escritor son sus letras. Tienen vida propia por su forma, sin otros fondos que el que le brinda la calidad literaria. Helio Vera fue un maestro de la redacción y mucho de su legado son obras artísticas de la mejor calidad. Ante tanta decadencia, no se puede hacer otra cosa que lamentar profundamente su muerte.

La Nación, marzo de 2008