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DE DONDE VIENE HELIO

ENTIERRRO DE CUERPO PRESENTE DE DON ATANASIO DUARTE BORJAS
Por Marciano Vera Alderete, su padre

Señoras y señores:

Henos aquí depositando los restos de don Atanasio en un nicho del columbario municipal donde fijará su último domicilio y de donde, Dios mediante, ya no saldrá. Entre los acompañantes vemos a muchos que, a fuerza de restregarse los ojos, han conseguido irritarlos hasta sacar a la superficie algunas lágrimas laboriosamente destiladas, murmurando al mismo tiempo por entre los pliegues del pañuelo usado para enjuagarlas, que por fin había llegado la oportunidad largamente esperada de asistir a este acto.

Los oradores de cementerio, siempre amables con los muertos, porque ya no pueden causarles ningún daño, salen de apuros, cuando no les encuentran virtudes, exaltando las de sus parientes; pero en nuestro caso el elogio del finado nos resulta más difícil porque no dejó descendientes sino sobrinos, uno de los cuales, Antonio, hubiera sido una solución salvadora, si no fuese mas conveniente no menearlo.

Pero del cuero sale la correa. Duarte era como el verano, una estación que echamos de menos cuando está ausente, y que nos sofoca cuando la tenemos sobre nosotros. Para nuestra desgracia, vivió muy pocas horas en su casa, y el resto de su vida la pasó en el club o en la vía pública que la recorría en todas direcciones, a gran velocidad, para mostrarse atareado.

Cuando murió doña Ruperta, Duarte pasó a mejor vida, ingresando en el cuadro de los rentistas. Hizo demostraciones de suficiencia económica y de generosidad, virtud innata en él, pero que no podía practicar por falta de dinero: regaló al Porvenir Guaireño un juego de sillones de mimbre donde los socios se sientan cómodamente para hablar mal del donante. Antes, en el trayecto de su larga penuria, le subía, a veces la fiebre de la megalomanía y deliraba, recordándonos de la estancia de sus padres pero una ola de incredulidad general envolvía a su auditorio que aprovechaba el momento de retirarse Duarte para reducir la estancia a la modesta proporción de un tambo con tres lecheras.

Discutía con aplomo y seguridad, especialmente sobre temas extraños a su conocimiento, regando sus argumentos con sus grifos salivares hasta ahuyentar a sus contrincantes, o dejarlos extenuados por agotamiento o apabullados con su pintoresca falta de lógica en su razonamiento. Lastimosamente, de esas discusiones no nacía la luz porque generalmente Duarte se quedaba solo o se producía un corto-circuito en sus instalaciones cerebrales.

Su mayor mérito consiste en que, con poca ciencia y menos letras, desempeñó con espléndido coraje funciones que antes estaban aquí reservadas solamente a los grandes: la Jefatura de Policía y la Intendencia Municipal. Últimamente fue miembro de la Comisión del Club, cargo del cual, según cuentan, fue excluido por Ermenegildo, que no le dejó virar otro período, agravio que Duarte juró vengar, pulverizando a golpes de martillo de rematador su casa y rescatando, como decía el finado, de su manos de tratante de santos al pobre y bueno de Francisco de Asís y demás compañeros de cautiverio, sujetos a la ley de la oferta y de la demanda.
Como su hermano mayor, Duarte se preciaba de ser un buen catador de café; pero cuando hacía el elogio de un café, Alfonso, su rival, que no le reconocía ninguna autoridad en la materia, ya no tomaba sino agua Salus en todo el resto del día.

Hay que reconocer, por último, que Duarte fue un perfecto monógamo, virtud que para Tisis, es un “relajo”.

Ya es hora de despedirnos don Atanasio. Lo hacemos en nombre del Porvenir Guaireño, que no es una boite, pero que debiera serlo, para  verse concurrido por socios que, como nosotros, están hartos de simular la austeridad, encerrados en sus casas; y que tampoco es un casino, porque los aristócratas venidos a menos no podemos ofrecer periódicamente el espectáculo del derrumbe de una fortuna seguido de un suicidio sobre el tapete, sino modestos desplumes que no pasan a la historia.

Descanse en paz, don Atanasio, como descasamos nosotros.