Mi amigo Helio
Por José Miguel A. Verdecchia
El inicio de nuestra amistad con Helio se pierde en las brumas del tiempo, allá donde la memoria apenas alcanza a llegar. Lo cierto es que ella nació con la vida y creció y se nutrió del afecto que nos prodigamos durante estos largos años. En algunos momentos muy cercanamente y en otros igual de cerca a pesar de los silencios y las distancias.
Recordar a Helio es ante todo recordarlo por su travieso espíritu trasgresor y por su inagotable creatividad. Siempre disfrutó ante la posibilidad de romper los moldes de lo establecido y para ello no dudaba en dar riendas sueltas a su imaginación. Cómo olvidar nuestras escapadas del aula del Kindergarten antes del horario de salida de clases (a las que muy pronto tuvo que acostumbrarse Chingola Meaurio, nuestra primera maestra) seguidas de las largas pláticas sobre historias fantásticas que tejíamos trepados en los pilares de la verja de la pista de verano del Provenir Guaireño, a cubierto de ojos indiscretos por las ramas de apepú que los circundaban y esperando ver pasar a lo lejos a nuestros compañeros para saber que podíamos volver a nuestras casas sin tener que dar explicaciones incómodas; o el placer que le producía burlar al Sheriff Pio Pio, tira cómica de Billiken de la que éramos adictos, cuando cambiaba el final de sus aventuras dando escape al forajido cuando ya era inminente su caída “en manos de la ley”; o nuestros juegos ambientados en la lejana e ignota picada de Caaguazú, en los que revivíamos historias fantásticas escuchadas de intrépidos obrajeros y temerarios camioneros que osaban hollarla. De hecho, hay un cuento de Helio que transcurre en esa picada y en otros varios la misma es mencionada cuando las circunstancias exigen describir situaciones que denoten temor o extremado coraje.
Pero además de creativo y trasgresor, Helio fue una persona profundamente interesada en conocer a la gente, y por sobre todo a las más estrafalarias. Le fascinaba la estupidez humana. Disfrutaba de las explicaciones que inventaba la gente para justificar sus trapisondas. Creo que la intención oculta de su relación con muchos impresentables próceres de la estolidez, no fue otro que el hacerlos partícipes de su secreta competencia para la elección del “Atorrante Mayor”.
Tampoco puedo dejar de recordarle como una persona afectuosa pero tremendamente tímida, al punto que para muchos su aparentemente frialdad o indiferencia le mostraban como a una persona desamorada, siempre distante, cuando que esa imagen no era otra cosa que la expresión de su propia timidez que le llevaba a ocultar sus sentimientos. “Cure’i ne añamemby: mbaepico la rejapomoavaecué”, fue lo que atinó a decirme en nuestra primera conversación luego de haber superado yo un momento muy crítico en mi estado de salud; esta expresión, extraída de lo más recóndito de su baúl de los recuerdos, no era más que una reminiscencia de los viejos afectos añejados por más de medio siglo, desde que durante nuestros primeros pasos por el Colegio Salesiano de Villarrica, al pa’i Bordon se le había ocurrido darme el “marcante” de cure’i por derivación de mi apodo Chacho en chanchito y su versión guaraní, el que muy pronto pasó al olvido para los demás; esta probablemente era, en sus formas, una de las máximas expresiones de afecto que se podía esperar de él.
Que más decir de Helio en esta emocionada recordación? Que siento en el alma su partida y que me enorgullece haberlo tenido como amigo. Helio fue mi amigo, es mi amigo y seguirá siéndolo por siempre.
Chacho
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