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CHIVÉ MENDIETA SE HA QUEDADO SOLO

Ya no tiene a quien aconsejar. Su vernácula bola de cristal, mediante la cual anticipaba el desenlace de nuestras crisis políticas, no fue capaz de prever que su compadre se iría tan rápido de este mundo. Chivé Mendieta, el incorpóreo y desopilante asesor al cual recurría con frecuencia Helio Vera cuando decidía jugar al futurólogo en sus artículos, se ha quedado solo. Como nosotros, los miles de lectores que disfrutábamos sus textos.

Fue uno de los más grandes cuentistas paraguayos. Este solo aspecto de su vida hubiera bastado para convertirlo en un guaireño universal. Pero Helio jamás hubiera podido conminar a su pluma a limitarse a un rubro. Escribía con la misma fruición con que leía. Se dejó arrastrar hacia las redacciones periodísticas donde, a base de talento y don de gentes, creó una legión de alumnos, amigos y colegas con quienes compartió jornadas de bohemia y creación. Su fama había crecido y su erudición lo convertía en referente importante del mundillo intelectual, pero Helio jamás se la creyó. Su simplicidad lo hacía accesible a todos. Para entonces _inicios de los noventa_, se había iniciado como paraguayólogo.

Es que se le ocurrió escribir En busca del hueso perdido, uno de los libros con mayor número de ediciones y traducciones de la historia editorial del país. Allí, él mismo confiesa que el objetivo del ensayo es "perpetrar un módico y audaz tratado de paraguayología. Ciencia inexistente, impugnarán airadamente los escépticos profesionales, eternos negadores de las glorias patrias (…). Ciencia que declaro fundada en este mismo acto, replico yo". Y se lanza decididamente a una profunda disección de la verdadera identidad nacional. Aparece entonces, una faceta aún más brillante de Helio Vera, por la que discurrirá buena parte de su obra posterior: ser el gran intérprete de la manera de ser del paraguayo. Con una ventaja adicional, la de incursionar en temas densos sin permitirse ser aburrido.

No podía hacerlo de otro modo, pues su arma más hábil era una ironía tan deliciosa, como penetrante, que nunca dejaba de rozar el humor. Escéptico e iconoclasta, alguna vez fue definido como un investigador que se pasea con una antorcha manejada desaprensivamente por los pasillos del museo de cera de los figurones y santones de la historia paraguaya. Ni apasionado, ni optimista, Helio Vera conocía demasiado la intimidad del alma nacional como para dejarse llevar por ese tipo de arrebatos. Sus análisis demostraban lo poco de nuevo que se veía en la transición democrática, en la que solo cambiaron el ropaje de la coyuntura y la voz de sus protagonistas _perpetuos inventores de la rueda_ que transitaban cansinamente idénticos caminos pisados por las generaciones previas, con los mismos previsibles resultados.

Su paso por la vida fue corto, como parece corresponder a todo compatriota valioso. Su inteligencia nos ha dejado y el vaho de nuestro páramo intelectual recobrará su densa y ancestral calma. Ya no está la filosa pluma de Helio que lograba cortar esa espesa mediocridad dejando un breve rastro de creativa mordacidad. Helio se ha ido sin ver que nada haya cambiado. Aunque eso era algo que, en su momento, su compadre Chivé Mendieta ya le había pronosticado.