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HELIO VERA ES UNA PRESENCIA PERMANENTE

Victorio V. Suárez
20 de febrero de 2009

 Recordar a Helio Vera. Es una iniciativa excelente, pues a nuestro querido H Vera siempre lo tenemos presente. En realidad, lo que hacemos no es recordarlo solamente sino mantenerlo presente en nuestros corazones porque él supo ganar ese espacio como amigo, escritor e intelectual. Nunca olvidaremos su dación de hombre sencillo, afable, tranquilo y solidario. Quienes lo conocimos hemos llorado con sincero dolor su viaje al “Oriente Eterno”, como diría él, utilizando su profundo conocimiento sobre el significado de los símbolos y los territorios del misterio insondable.
Lo conocí en la década del 70, años difíciles de férrea dictadura. Entonces compartíamos largas conversaciones sobre literatura. Yo trabajaba en el Proyecto Marandú de la Universidad Católica y él llegaba a menudo para hablar sobre temas indígenas con el antropólogo Miguel Chase Sardi, con quien mantenía una entrañable amistad. Así como García Márquez se inició en el periodismo a través de magistrales notas para luego pasar a una densa y rica literatura, Helio también experimentó ese proceso con esta diferencia: nunca dejó el periodismo, tampoco la labor creativa.
Cuando trabajábamos en el diario Noticias, nos reuníamos en su oficina de redacción y no tenía ningún problema de escribir un editorial o un comentario intercambiando simultáneamente la conversación sobre cualquier otro tema. Escribía con una facilidad envidiable y abordaba cualquier temática con rapidez inesperada. Así como le gustaba escribir y crear también le encantaba pulsar la guitarra y entonar algunas canciones predilectas, no era un buen cantante pero su esfuerzo justificaba todo. No era fácil compartir con Helio y hasta diría que los amigos se disputaban el privilegio de estar con él. Las invitaciones para cenar, por ejemplo, iban y venían siempre. Ya trabajando él en la Fiscalía teníamos mayor oportunidad de compartir, pues mi lugar de trabajo no quedaba lejos y a menudo nos reuníamos a almorzar en un restaurante cercano al sitio laboral. Allí, a veces, solíamos encontrar a Alcibíades González Delvalle, habitué del lugar. Creo que Helio compartió mucho tiempo (porque el trabajo y la amistad los unía) con Christian Torres, quien lo llamaba “Comandante”. Recuerdo que un día me dijo que se sentía con un molestoso sobrepeso y le sugerí emprender una serie de caminatas, por lo menos tres veces a la semana. Al otro día llevamos el terere y emprendimos el esforzado desafío. Partimos desde su casa y por poco llegamos al Cerro Lambaré, volvimos reventados. Creo que en un mes repetimos tres veces aquella travesía,  cuando le invité para la cuarta caminata me dijo con cierta picardía: “Jaguejypamanio la jaguejy va´erä, jajehejantemana” (ya bajamos de peso, hasta aquí nomás). Eran momentos de entrañable amistad, Helio escribía mucho, sin desperdiciar el tiempo estaba metido hasta el cuello en la elaboración de su tesis doctoral. Aún así tenía tiempo para compartir un buen terere, sentado y escribiendo siempre ante la atenta mirada de su perra Luna.
Sin lugar a dudas, Helio fue un personaje querido por propios y extraños. Como escritor fue brillante y nos dejó libros más que significativos, especialmente aquella primeriza obra “Angola y otros cuentos” que marca la semblanza más nítida de una cuentística de alto vuelo en nuestra literatura. En sus escritos tenía la misma magia de Giovanni Papini, mezclaba con total lucidez lo intelectual con el lenguaje cotidiano, técnica tan difícil si no se conoce profundamente los alcances del idioma. Más allá de la notable maestría de su estilo literario, Helio rescató parte de nuestra historia. Los personajes que desfilan en sus obras son seres de carne y hueso que configuran retazos de nuestro pasado y retratos certeros de nuestra realidad. Su libro en “Busca del hueso perdido” habla de su observación minuciosa y de su creatividad relampagueante. Hay varios otros libros substanciales para la bibliografía de nuestro país y pudo haber escrito mucho más si no hubiera emprendido la ida sin regreso. A estas alturas, Helio Vera es un clásico de la literatura paraguaya. Inteligente, lúcido, vivaz, poseedor de una ironía que cala hasta los huesos, Helio Vera es más que un recuerdo. Es decir, es una presencia que será perdurable. Y cuanto más pase el tiempo mayor será su valor y dimensión por lo que él significó como amigo y como escritor.