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Helio Vera

Me apresuro en decir que estoy contento porque al momento de escribir este artículo el querido Helio se encontraba, aún en su gravedad, con alguna leve mejoría. Hace una semana sufrió, de acuerdo con el parte médico, un accidente vascular encefálico isquémico.

Desde este domingo, y seguramente por varios domingos más, sus lectores nos privaremos de su observación certera de la realidad nacional; de su ironía que hace más comprensible la cotidianeidad política y social que nos agobia.
Su empleo del humor está lejos de la frivolidad. Al contrario, detrás de la sonrisa volteriana que salta de su ingenio desbordante se halla el rigor de un pensamiento crítico.

Periodista y escritor de una sólida cultura –también abogado, pero no le viene por ahí su sabiduría– es autor de algunas de las obras esenciales de la literatura nacional. “En busca del hueso perdido”, admirable y vasto estudio de nuestra cultura, revela sus conocimientos, reflexiones, preocupaciones por la índole paraguaya. La desnuda, la pone del derecho y del revés, la secciona, y nos presenta como el espejo inclemente que retrata nuestra alma. De la sonrisa amable nos conduce a la gravedad de la reflexión y de nuevo al descanso placentero de su humor y de su ironía.

Helio Vera ve las cosas del lado que nadie observa. Por eso sus artículos periodísticos iluminan e inquietan. Se puede disentir con ellos, pero nunca dejar de admirar su estilo, su escritura deslumbrante, su dominio de la palabra a la que somete a su entera voluntad. Domina igualmente el guaraní, lo que demuestra que una lengua no entorpece a otra, salvo a los torpes.

Helio se inició en el periodismo profesional en 1967, en este diario, donde le conocí ese mismo año en los trajines de una aventura incierta, como el inicio de toda empresa periodística. El jefe de redacción, Humberto Pérez Cáceres, le tenía una admiración como a ningún otro periodista. Se asombraba –como nos asombrábamos todos– de la facilidad y rapidez con que escribía una información, un comentario, un reportaje, lo que sea. Lo hacía con las piernas cruzadas y silbando briosas polcas o alguna melodía pasada de moda, sin perder la concentración.
Por esas cosas de la química, pronto nos hicimos amigos. Le visitaba con frecuencia en su piso de soltero, lleno de libros, en un edificio del barrio San Antonio. Estudiaba derecho y practicaba guitarra. Se acompañaba silbando hasta que alguien le dijo que cantara. Preferí el silbido.

Nos íbamos a almorzar –las veces que podíamos darnos ese raro lujo– en un restaurante de la avenida José Félix Bogado. Nunca supimos si la comida era deliciosa o no por culpa de dos bellas muchachas que nos atendían con exquisita amabilidad. No era para menos. En vez de salario tenían comisión. Al ser conscientes de su belleza levantaban entre nosotros un cerco no tan elevado que nos permitía regresar con la misma esperanza y despedirnos con la misma frustración.

En otros sitios se sumó a los almuerzos un amigo a quien queríamos entrañablemente, Alfredo Seiferheld, también guaireño y con un sentido del humor indescifrable. Nunca sabíamos en qué momento ni por qué reírnos cuando nos contaba algo que suponía gracioso. A Alfredo le pasaba lo mismo con nuestros chistes que le dejaban en silencio. Claro, se ponía a analizar el alcance social, filosófico o histórico.

Participar con Helio en un panel le obliga a uno situarse en segundo plano si no quiere exponerse a un papelón. Con sus conocimientos, su humor, sus filosas reflexiones, enseguida atrapa al auditorio que ya nada quiere saber de nadie más. Helio puede hablar por todos, porque sabe más que todos.

Sus amigos, sus lectores, sus admiradores, deseamos que salga de este mal momento y vuelva pronto a su tarea cotidiana. Hay una urgencia extrema de que el país se ilumine con la inteligencia de sus mejores hijos. Helio Vera lo es sobradamente.
Felices Pascuas.

Alcibiades González Delvalle
                 ABC- Domingo 23 de Marzo