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Por Edwin Brítez

 “Otro ingenuo que trata de resolver los problemas del mundo”, comentó jocosamente Helio Vera cuando Justo Meza, entonces periodista de ABC, le dijo quién era y que estaba practicando para ser periodista. Habrá sido el año 1971, en la mitad de la cuadra de Chile entre General Díaz y Oliva, donde nos encontramos. El venía caminando desde “La Tribuna” y nosotros íbamos desde este diario, camino al local del Congreso. Para mí –novato, apenas practicante ellos eran como veteranos en la profesión, a pesar de su juventud. Dúo perfecto, Helio convertía en chiste todo lo que adivinaba que iba a ocurrir en la sesión de la Cámara de Senadores, y “Puchi” Meza celebraba ruidosamente sus ocurrencias.
Estábamos a solamente cinco cuadras del Parlamento y Helio hizo en ese trayecto un perfil de más de la mitad de los miembros de la cámara. Sus preferidos, Juan Erre Chávez, Ezequiel González Alsina y todas “las momias” –según él– de la gerontocracia colorada de aquella época, pero algunos opositores tampoco se escapaban de su fino sarcasmo.

Entonces el humor político era permitido solo de manera clandestina, y paradójicamente la calle era el lugar más seguro para hacerlo y disfrutarlo, sin que los pyragüés se percataran de semejante delito de lesa humanidad.

Para mi sorpresa de novato, todo lo que Helio predijo en forma de chiste se cumplió en la sesión de la Cámara de Senadores con rigurosa formalidad. Parecería que él mismo haya preparado el libreto, cumplido estrictamente según su sarcástico relato anticipado.

Desde la forma de sacudir la campanilla de Juan Erre, cinco minutos exactos antes de la hora fijada, la lectura del acta por el secretario en menos de un minuto, tragándose las últimas palabras; el ¡aprobado! antes de que nadie atine a decir nada y la carcajada generalizada por el ¡se levanta la sesión¡ , dejando a más de un opositor con la mano levantada. 
Estos y centenares de detalles más se cumplieron acorde al libreto. Luego, no era necesario preguntar quién era cada senador, después de escuchar el perfil exacto que nos hizo Helio de cada uno de ellos en menos de esas cinco cuadras. 
Con el tiempo, ese talento de expresarse con un estilo sarcástico y refinada sorna, se convirtió en el oficio de su vida. “Tempestad en la Cancillería”, su última opinión en las columnas de este diario, es apenas una imperdible muestra de su sagacidad e ingenio. Queda para los “Anales de un país de maravillas” la temprana partida de un genio artesano de la palabra. No tengo palabras para despedirlo. No tengo título para este comentario. Solo un nudo en la garganta.

Abc.Color. 26 de Marzo de 2008