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Niño, genio y poeta

Por María Luisa Ferreira

Helio Vera cabalgaba entre el pragmatismo de ser “periodista”, editorialista, y la de ser narrador, literato. Entre ser abogado, febrerista, y ser maestro, filósofo, profesor universitario, MAESTRO. Y el hilo que podía unir eos mundos disímiles era el humor. El humor le permitía cumplir ese papel de hombre pragmático para volver – frente al papel- a ser lo que auténticamente era: un niño, un genio, un poeta.

En más de una oportunidad, le hice entrevistas para la televisión. Era uno de mis entrevistados favoritos,  y siempre daba la sensación de que él iba a correr y se iba a escapar de uno. Algún tic denotaba la impaciencia que le ocasionaban esas representaciones. A veces me preguntaba en qué momento Helio se relajaba totalmente. Sus verdaderos amigos quizás lo sepan.
Lo metí en compromisos engorrosos como ser presentador de mis libros, sabiendo que algunos de ésos, sus amigos contemporáneos, podrían hacerle comentarios, movidos por loe celos de acapararlo. Porque a los genios se los quiere acaparar, para ver si el talento no es contagioso.
    En una oportunidad lo presenté para la televisión: “Helio Vera, periodista, escritor…” “Un momento”, me interrumpió: “Decí no más na “Escritor”; eso de periodista ko es una profesión de menesterosos…”  No es que él renegase del periodismo, sino de lo que implicaba ser periodista en nuestro medio. Desde luego, estas verdades él las decía como un chiste que nos hacía reír de buena gana.
Luego Helio empezó a enumerar las razones por las cuales los gua´i se ganaron la fama de hacer las cosas al revés. Era desopilante, Lo que dijo se repitió luego en muchos reportajes. ¿Citar las fuentes? Eso no se hace en Paraguay.

LUTO

La muerte nos deja perplejos, atónitos, sin palabras, en orsay. Quedamos mirando la nada, con la boca torpe, apesadumbrados. Ni siquiera estamos tristes ni melancólicos; estados del alma en que podemos volar dándonos rienda suelta y cuerda poética… Quedamos apesadumbrados. Una pesadez en el corazón que nos deja en penumbras. Cuando la muerte ocurre así, lo único que podemos es guardar luto. Estar como aves oscuras, tétricas, quietas en un rincón, velando.
   La muerte de un ser querido, de un amigo, nos deja así. Tristes en verdad, impotentes, como disgustados con Dios; como niños castigados, sin animarnos a reclamar al Altísimo, pero sí…En el fondo de nuestro corazón, ese late diciendo despacito: “Por qué, por qué…” Estamos ante un misterio. No tenemos respuesta. No funcionan los silogismos, las elucubraciones, los sesudos análisis. Quedamos como esas imágenes en Viernes Santo, cubiertos por una capa lúgubre.
    ¡Que tristeza profunda cuando muere un poeta! Cuando muere alguien bueno, lloramos por nosotros que estamos en desventaja. No lloramos por un muerto. Lloramos por nosotros que nos quedamos solos: Despojados de las futuras estrofas; empobrecidos. Lloramos porque en un rincón de papel no estarán los resplandores de una mente; no nos harán más esas cosquillas en el alma que produce el ingenio. Me hubiera gustado que mi futuro poemario – la obra que más espero de mí- Helio lo volviera a prologar, tan generoso. Mi  maestro en esa escuela de escritores que solo Dios funda – ya que es Él el único administrador del talento- .Un maestro que adopté de osada y que él aceptó con sus maneras de formal irreverencia y su severa irresponsabilidad, pero con su incuestionable generosidad.
    Un genio juguetón e irreverente. Sensible como un niño .¡Qué digo! Helio era un niño ¡Qué malo que los genios tengan que hacer de adultos! Ya iporâitereíma. “Suficiente”, dijo Helio, y Dios le hizo caso. “Vamos”, le dijo. Y el se fue. Y nos quedamos llorando.

Ultima Hora. 5 de Abril de 2008.
Revista ÓRBITA Universitaria
Abril de 2008